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    El año que viene a la misma hora

    Monólogo de un contador, o una charla entre colegas: las sensaciones compartidas de los profesionales de la contabilidad en esta época del año

    La delgada línea roja

    La misma noticia, repetida cada año: los Contadores piden que haya “alargue” en los vencimientos de las declaraciones juradas de los impuestos anuales de las personas físicas (ahora, humanas). Eso que, en el argot profesional, se conoce oficialmente como prórroga.

    Es que, para gran parte de los Contadores las estaciones del año son, en realidad, 5: Otoño, Invierno, Primavera, Verano y Vencimientos. Y, tal como sucede por aquí con el verano que, insolente, ocupa también el tiempo de la primavera y el otoño, la temporada Vencimientos se extiende tanto que, en un pestañeo y sin saber cómo, creemos estar en marzo y ya tocamos agosto.

    Sucede todos los años. La historia se repite. Y no podemos resolverlo.

    Aunque, al guardar la última carpeta, nos juremos que el año que viene no nos volverá a suceder. Por más que planeemos empezar más temprano y más organizados. No lo podemos evitar. Sucede.

    Sabemos que en enero y febrero sería en vano. Pero a comienzos de marzo, ya enviamos mails con el asunto “Declaraciones juradas – Requerimiento de información”.

    Afinamos la redacción para ser claros y precisos. Mejoramos las planillas para que los clientes completen de manera simple. Agregamos ese nuevo ítem que, el año pasado, descubrimos -a último momento- que había que agregar para avanzar con la declaración.

    Indicamos un tiempo prudencial para la respuesta. Aguardamos. Nada. Reenviamos el mail. Reclamamos. Llamamos por teléfono para empujar. El avance es lento.

    Al fin las respuestas empiezan a llegar. Pero a veces la alegría dura poco. Los adjuntos tienen información inconexa, o faltan hojas o están escaneadas al revés. Otros adjuntos ni siquiera pertenecen al cliente. El cuestionario, con suerte, contestado a medias.

    Contenemos el deseo de responder el mail con aquella leyenda que los antiguos profesores anotaban en los exámenes: “no responde a lo solicitado en la consigna”. Pero eso no es polite y, por lo tanto, no es posible.

    Respiramos profundo. Habrá que revisar cada cosa, ver qué falta, reclamarlo. Que sí lo pasé, que ya lo paso, que ya lo tenés, que ¿no te lo pasé?. Y así en muchos casos. No todos, claro. Pero los días pasan, los preciosos días, entre reclamos y el trabajo diario de las declaraciones juradas mensuales, los requerimientos, los balances, los pagos a cuenta, las liquidaciones de sueldos, las actualizaciones.

    Mientras tanto aguardamos el momento en que los aplicativos, con las modificaciones por nuevas normas, estén disponibles y funcionando. Intentamos entrar e ir probando. Porque sabemos que, seguramente, nos pedirá nuevos datos impensados, datos que no tenemos, y que implicarán nuevos pedidos, retrocesos y esperas.

    Algunos, al leer esto, recordarán cuando las presentaciones se hacían en formularios de papel, que había que buscar en la Agencia. Daban uno o dos por persona. Y no se aceptaban en fotocopias. Se llenaban a mano (¡o con máquina de escribir!). Sin equivocarse y con carbónicos. Las largas filas al momento del vencimiento, horas de espera hasta obtener los duplicados sellados.

    Luego la tecnología dio lugar a los aplicativos. Entonces llegó el tiempo en que cambiaban las versiones y, para conseguirlas, había que ir a la AFIP y llevar un diskette para obtener el nuevo software. Intentar instalarlo. Probar si funcionaba. Tiempos de declaraciones de carga e impresión muy lenta. Presentaciones con diskettes, en la Agencia. Siempre mejor llevar 2, por si el sistema “no lo leía”.

    Después llegó el SIAP,  e Internet permitió descargar los programas e instalarlos sin moverse del escritorio. Los cambios de versiones se sucedían. Mientras, el detalle de los datos a cargar iba en aumento.

    Al ser monousuario, el SIAP obligaba a utilizar una determinada computadora para avanzar con las declaraciones. Es cierto que era posible hacer un backup para trabajar desde otro lugar pero la realidad es que el sistema siempre fue un poco inestable y no todos los sistemas operativos le resultaban amigables.

    Tenemos que reconocer que, con las declaraciones juradas interactivas, estos inconvenientes se resolvieron. Ya no es necesario ir a la Agencia. Ni tampoco a la oficina. Podemos trabajar conectados desde cualquier lugar y avanzar, revisar, armar los papeles de trabajo rumbo al vencimiento. Incluso los fines de semana, los feriados.

    Sin embargo, han aparecido otros inconvenientes. Tiene que haber energía eléctrica. Claro. Y el servicio de internet tiene que estar funcionando. Y la página de AFIP y el servicio que tengamos que utilizar.

    Pero acaso lo más peligroso de esta nueva etapa haya sido la delegación del trabajo.

    En la lenta evolución de los modos de presentación de las declaraciones juradas siempre había red. El contador podía revisar sus papeles de trabajo contra formularios o contra el SIAP. Y, para presentar la declaración, había que conocer la clave fiscal que estaba bajo su guarda. Un tiempo de preparación, un tiempo de revisión.

    Ahora, como la carga de información es interactiva, si el Contador delega parte del trabajo en un empleado o en un colaborador, corre el riesgo de que, por error o por fatalidad, la declaración sea enviada sin su revisión. ¿Y si carga los datos de un contribuyente en otro y pulsa “enviar”?

    Si el Contador delega se arriesga a morir. Si no delega, sucumbe. Dilemas de la estación más larga del año.

    Porque a medida que los vencimientos se acercan, inexorables, y el Contador cuenta con información parcial porque los datos llegan incompletos, o se completan en etapas que hacen volver una y otra vez a cambiar los papeles de trabajo, la delgada línea roja se hace cada vez más delgada. Y más roja.

    Entre el tiempo que se tiene para contar con los datos y enviarlos al Contador, muchas veces de manera parcial, y el tiempo que AFIP toma para lograr que los aplicativos estén disponibles y funcionen correctamente, está el tiempo de los Contadores.

    Tiempo imprescindible para trabajar, analizar, pensar, revisar. Cambiar las prioridades cuando se alteran las reglas del juego. Recalculando. Una y otra vez. 

    Si el pago vence antes que la declaración jurada habrá que priorizar aquellos clientes con saldo a pagar. O los que no cuentan con saldo a favor. 

    Pero también habrá que multiplicar la revisión porque la inversión del orden natural declaración jurada/pago incrementa también el riesgo de error.

    Antes de los vencimientos, los clientes múltiples, variados, particulares, diferentes, con sus propios ritmos y problemáticas, y los avatares de sus propias vidas. Luego de las presentaciones, la AFIP, con todo el tiempo para verificar.

    En medio, el tiempo del Contador, quedándose tarde para trabajar sin interrupciones, cansado, que pide prórroga para contar con un rato más… para seguir trabajando. Porque sabe que el mayor valor agregado de su trabajo es el error evitado, lo que se vio y se corrigió a tiempo. En el antes. Lo que tal vez su cliente no se dé cuenta. O no pueda ver. Pero que él, en su soledad, sabe que es parte de un trabajo bien hecho. 

    Artículo escrito por:

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